Cuando tienen necesidad de comer, los kiwis de Nueva Zelanda golpean ligeramente el suelo con sus largas patas de tres dedos. Este ruido, que se parece al crepitar de la lluvia, hace surgir de su refugio a los gusanos de tierra en busca de frescor. Así engañados, esos pequeños seres terminan su vida en el estómago del kiwi.
Con el tamaño de una gallina, esta ave corredora se reconoce por su largo pico, muy puntiagudo y perforado en su extremidad, por unas plumas que parecen pelos y por la casi carencia de alas, que se reducen a dos muñones invisibles. Pero aun cuando no puede volar, corre y salta con rapidez sorprendente.
Otra singularidad: la dimensión de sus huevos, que en proporción, y teniendo en cuenta el tamaño del animal, son más grandes que los de cualquier otra ave del mundo.
La hembra no pone más que un huevo cada vez, y es el macho el que lo cubre durante ochenta días bajo el ojo atento y vigilante de su compañera. Cuando el macho trata de abandonar su tarea, madame kiwi se la recuerda inmediatamente con algunos furiosos picotazos.
Si los kiwis se hallan en vías de desaparición, no es a causa de la caza que les dan los gatos y comadrejas de Nueva Zelanda, sino porque el hombre va mermando poco a poco su medio natural, a causa de los constantes desmontes.
Podéis verlo en su hábitat y en movimiento, aunque sea en video online gratis
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